
La música de la ciudad estaba trazada sobre el pentagrama oscuro de las pasiones humanas. En cambio, la música de nuestro campo estaba conformada sobre la naturaleza. Todas las expresiones musicales del folklore norteño trasuntan las formas del paisaje y animan sus movimientos en la fuerza de la naturaleza. La música del campo es objetiva, la de la ciudad subjetiva.
En la ciudad, los bandoneones lloran a cuenta de la pena del hombre. En el campo, las arpas y violines rústicos hablan con la voz del viento, trinan con los pájaros y mueven sus ritmos con el rudo compás de las bestias en galope o con la hamacada euritmia de los pastos castigados en el vaivén de los vientos.
El folklore es considerado como un valor tradicionalista; del saber popular, costumbrista, que sólo el paso del tiempo, (y dentro de un futuro muy lejano) y sólo eso, sin deformaciones de ninguna clase, lo podría transformar en folklore.
No hay comentarios:
Publicar un comentario